jueves, 25 de marzo de 2010

EL CUARTO OBSCURO

Mi marido y yo llevamos cinco años casados y tenemos una sexualidad bastante activa. El sexo con amor es el mejor sexo del mundo, te entregas por completo a tu pareja, sin tapujos, sin miedos y sólo con la idea de pasarlo en grande. Qué mejor forma de decirle que le quiero que entregar mi cuerpo y procurándole el mayor de los placeres.

La última de nuestras aventuras fue increíble y nada estaba preparado de antemano. Fuimos invitados a una fiesta privada donde el lujo aparecía por todas las esquinas. La discoteca era inmensa y contaba con una sala que hacía las veces de “cuarto oscuro”, eso nos hizo mucha gracia a todos los asistentes, busqué la mirada de mi marido y ya sabía que me lo encontraría sonriendo. Efectivamente su sonrisa me advirtió que en algún momento de la noche íbamos a pasar por aquella sala del amor.

La música era genial, la bebida no corría a mi cuenta por eso corría por mi torrente sanguíneo. Las dos cosas juntas –bebida+música- era un combinado perfecto para desinhibirte, bailar se convirtió en una marea de caricias, roces y miradas que avivaban el deseo. Sus manos recorrían mi cuerpo, me agarró por las caderas y me atrajo a su cuerpo, noté que su sexo ya empezaba a reaccionar mientras me besaba la nuca. Busqué sus ojos pero éstos miraban hacia las escaleras. Pensé que si miraba a las escaleras me encontraría con alguna tía guapa que atraía la atención de mi pareja pero para mi sorpresa me encontré que un grupito de tíos vitoreaba a mi marido para animar más el ambiente.

Mi estado de embriaguez me animó a bailar seduciendo a mi marido sabiendo que teníamos público, que sin duda lo hacía más excitante. Nos arrastramos entre besos y caricias hacia “el cuarto oscuro” y allí todo sucedió como si el mundo entero se dispusiera hacer realidad mis fantasías.

Sus manos me hacían sentir sexy, recorría mis caderas mi cintura hasta llegar a uno de mis pechos y allí mismo, a oscuras lo sacó de su escondite y lo lamió. En la habitación había más gente, pero la oscuridad no permitía distinguir a nadie. Se oían gemidos y respiraciones agitadas que indicaban que el ambiente allí dentro era muy caliente. Nos sentamos en un sofá amplio y dejé que me comiera la boca. Me excita mucho cuando me besa así. Me senté encima de él a horcajadas, me agarraba del culo y lo atraía a su sexo que ya estaba lleno de euforia y deseo. Me alegré de haberme vestido con falda, que para entonces ya estaba arremolinada en mi cintura, mis nalgas desnudas a su entera disposición. Me tocaba el culo mientras con la otra mano me sujetaba fuerte del cuello y la mandíbula, alcancé uno de sus dedos y me lo metí en la boca lo lamí y saboreé haciéndole saber en nuestro código lo que venía a continuación y me dejó hacer. Me deslicé entre sus piernas le desabroché el cinturón y los bajé, también su ropa interior. Me lo imaginé todo dispuesto para mí. Y me dispuse a hacerle una mamada.

Mis labios rozaron su polla, la besé, la lamí, la acaricié. Él empujaba para que me la metiera toda en la boca pero yo le hacía sufrir y cada vez que él empujaba yo me apartaba. Parecía desesperar y eso me encanta. Mi lengua la recorría toda de arriba abajo y me enrollé con su punta como si fuera una lengua inexperta, suave, despacio. Me apoyé en sus piernas y él me sujetaba el pelo, la tenía toda dispuesta para mí, y eso hice, hacerla toda mía. Me la metí toda en la boca una vez dentro jugaba con la lengua, que sé que tanto le gusta. Me tiró del pelo y eso en nuestro código significa que toma él el mando y fue así como dejé de chupársela para dejar que me follara la boca.

Me puso a cuatro patas encima del sofá y apoyé las manos en el respaldo. Me di cuenta de que compartíamos respaldo ya que el sofá era doble, de forma que si estuviéramos bien sentados nos daríamos la espalda los unos a los otros, pero yo estaba, repito, a cuatro patas pareciendo una vecina asomada a un balcón cotilleando la intimidad de otra pareja, y se dieron cuenta. Lejos de intimidar a los “vecinos” mis gemidos sirvieron como reclamo, mi marido me metía un dedo en lo más profundo de mi vagina. Yo estaba mojada, caliente y entre mis piernas un calor que me pedía marcha. Mi marido me acariciaba ahora el clítoris y rozaba con su polla todo mi sexo, me la metió despacio, volviéndome loca. La tenía dura y una ola de placer me inundó los pulmones, haciéndome gemir. Incluso a oscuras mis “vecinos” advirtieron que me la acababan de meter. Alguien al otro lado del sofá me tocó la cara, una caricia cálida y luego una lengua extraña me lamía la boca. Un placer lujurioso me hizo abrir la boca, saqué la lengua y sólo cuando aquella boca suave pronunció “¿queréis compañía?” caí que por primera vez en mi vida le estaba comiendo la boca a una tía. Para entonces estaba tan cachonda que en aquella especie de batalla sexual todo valía.

También era la primera vez que hacíamos el amor en público. Mi marido también escuchó aquella voz, y sin intercambiar opiniones nos sumamos a un juego de cuatro porque la chica también iba acompañada. Mi pareja pareció encantarle que me besara con una tía mientras el me follaba por detrás. Hubo un cambio de posiciones e invité a mi marido a que besara la boca de la tía mientras yo se la volvía a chupar, el cuarto jugador reclamó atención y mientras yo se la comía a mi marido el extraño me acomodó en el sofá y se me tiró encima. Mi marido empezó a follarse a la otra tía, lo sé porque la chica empezó a gemir como lo había hecho yo hacía sólo un momento. Me tensé al sentir una punzada de miedo a lo desconocido, mi marido follando con otra en mis narices. Lejos de sentir celos me puso más cachonda si cabe, al pensar que se la estaba tirando y por los gemidos de los dos sabía que se lo estaban pasando en grande, en mitad de mis pensamientos mi nuevo compañero me sorprendió con un cunilingus que me hizo besar el cielo. Era corpulento y fuerte ya que no le costó nada levantarme en volandas y apoyarme contra la pared. Sin duda se trataba de alguien a quien le gustaba mandar en el sexo, y le abrí mis piernas. Sentí cada una de sus fuertes embestidas, su enorme verga me follaba. Nuestras lenguas se encontraron y se enredaron, oía de fondo gemir y supe que era mi marido que resoplaba en la nuca de otra. A sus gemidos se sumaron los míos, ya que aquel tipo me ponía a mil. Me susurraba al oído que sabía quién era yo, “la próxima vez que te vea sabré que te he follado” eso me ponía aún más caliente. Al tipo le gustaba follarme y a mí me gustaba como me follaba. Su polla se tensó dentro de mí, se acercaba el deseado orgasmo y me abandoné entre sus brazos, mi espalda se arqueó extasiada de placer. Buscó de nuevo mi boca y la encontró, dispuesta para él, mientras nos comíamos a besos llegó el orgasmo nos corríamos juntos. Sudando y con la respiración agitada me abrazó y enterró su cabeza en mi cuello, me besaba con suavidad.

Al fin me dejó en el suelo y al fin cerré las piernas, se despidió acariciándome la boca con la mano y un dulce beso en los labios. Nada tenía que ver su forma de follar con su forma de besar. Tan animal para darme y tan suave para besarme. Me quedé sola a tientas busqué a mi marido, que supuse que también había acabado, le palpé su cara y supe que era él. Estaba sudando, tras ponerse la camiseta me besó y reconocí su lengua y sus caricias. Salimos cogidos de la mano y directos a la barra a reponer líquidos.
Llegó la hora de marcharnos y cuando cogimos el coche no sabíamos bien si darnos explicaciones pero estábamos contentos, como niños que guardan un secreto, éramos cómplices de una travesura. Al llegar a casa no pudimos reprimir las ganas de seguir la fiesta por nuestra cuenta. En privado.
Le escuché trastear en la nevera y seguidamente el golpe de los cubitos de hielo golpear contra el cristal, güisqui, música. Yo me acomodé en el sofá, esta vez conocido sofá sin vecinos, mientras cogía la hierba y la mezclaba. Se sentó frente a mi, brindamos y fumamos. Una mirada bastó para hacer desaparecer el aire que separaba nuestros cuerpos, nos unimos entre besos y fuertes caricias. Me tumbé y me hizo suya. Toda. Suya. Con todo lo que eso conlleva, me mostré sumisa sólo cuando él sabe llevar mis riendas, mi maestro, mi dueño. Me tumbó boca abajo y aunque sepa que me voy a portar bien, se aseguró atándome las manos y me colocó mi collar nuevo. Me lubricó con sus grandes manos y me la metió con decisión prudente por el culo, se me escapan unos gemidos que le pone más caliente y empieza a darme fuerte. Tira de mi collar haciéndome mirar hacia el techo, rebusca por el sofá y da con el dildo más grande que tenemos, no duda en metérmelo por la vagina. Lo siento muy grande dentro de mí, quizás porque todavía arrastro la sensibilidad de mi último encuentro con aquel desconocido. Pero me encanta, me folla como un animal y a mi me encanta ser tú perra. Me levanta y me lleva hasta la mesa me obliga a apoyar la cabeza en la mesa, dejando mi culo preparado para él, se ceba con mi coño metiéndole una caña impresionante, pero tu perrita pide más y ¿tú qué haces? Darle más. Te encanta mirar cuando me jodes y te pones tan caliente como yo, me metes la polla por el culo mientras me machacas el coño con un dildo, ya no puedo más estoy a punto de correrme y empiezo a mover mis maravillosos músculos internos y te obligo a correrte conmigo, te oigo gemir con un gruñido y empiezas a correrte conmigo. ¡Qué orgasmo y qué follada!

Toda tuya



LORENA.






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